Dionisio Escobar |
CEMENTO FRESCO
Nosotros los chilenos no soportamos ver en las calles un pavimento
fresco. Tenemos que dejar “para siempre” nuestras pisadas, nuestro nombre o el
nombre de algún amor. ¿Será que tenemos ansias de inmortalidad?
Hace unos años atrás conseguí un par de maestros que pavimentaran
una parte de la vereda fuera de mi casa. Como no me salió nada de barato, pensé
asegurarme que no pasara alguien y dejara sus señas. Me instalé adentro del
auto en la calle, frente a la casa. Pasaba la gente, miraba el cemento fresco,
me miraba a mí y seguía su camino. Durante algún tiempo esta escena se repitió
muchas veces. Pasado largo rato en esto me sentí ridículo y entré a mi casa,
pero aún con esta imagen rondando por mi cabeza. No pasaron cinco minutos cuando decidí salir nuevamente
a la calle para ver cómo estaba mi pavimento. Ya estaba rayado y con unas
pisadas.
Ansias de destruir no nos faltan. Es que somos así. Vamos por el
desierto más árido del mundo, vemos a lo lejos una pequeña y hermosa flor,
desviamos nuestros pasos y la pisamos
como corresponde.
SEMANERO
A mi curso había llegado un alumno nuevo, con pinta de nada. Era
de esas personas que nadie quiere. Era de esas personas que expelía rechazo.
Como alumno era un mediocre. Era un don nadie. Todos los ignoraban. No tenía
amigos. Nadie lo quería. Pero sabía colocarse. Sabía ser el personaje adecuado
en el momento adecuado. La verdad es que se metió a ser patero con el Profesor, y él, ingenuo, comenzó a considerarlo. En cierto momento, el
Profesor Jefe lo designó “semanero” . Entonces ahí comenzó a aparecer la bestia
que traía escondida el alumnillo ése.
Dio la casualidad que nuestro profesor
enfermó, entonces nuestro semanero se creyó el profesor y comenzó a darnos
órdenes. Nos hacía ponernos en fila antes de entrar a la Sala de Clases. Nos
obligaba a estar ordenados mientras nadie nos hacía clases. No podíamos
conversar. Sólo podíamos estudiar. Qué miserable, más desagradable.
Como se engrandecen los personajillos cuando les dan aunque sea el
cargo más insignificante.
Es como darle poder a un mono.
EL PICA-PICA
Uno de los clásicos personajes porteños era un señor conocido como el "Pica-Pica", que se lo veía diariamente por las calles de Valparaíso. Se lo veía por Pedro Montt, por la Plaza Victoria. No se podría decir que vestía pobremente. Más bien su ropa era andrajosa. De seguro se iba vistiendo a medida que la ropa que usaba se iba cayendo a pedazos.
Caminaba siempre con el sueño marcado en la frente, que indicaba que iba a hacer algo muy importante. Su "empleo" era recoger y picar papeles a medida que iba caminando, y caminaba muy rápido siempre, y con toda precisión se dirigía donde había un papel botado y a medida que lo recogía, iba picándolo con mucha meticulosidad, para luego volver a arrojarlo a la calle. Más de alguna vez lo vi. Hacía muy bien su trabajo. Nunca se lo vio triste o desanimado. Los que conocemos Valparaíso, sabemos que siempre tenía trabajo asegurado.
Dionisio
Escobar. Libro Setenta Cuentos. Ediciones Universitarias de Valparaíso.
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. www.euv.cl
2 comentarios:
Gusto en saludarte Luisa.lo del primer cuento me hace recordar los autobuses nuevos que son rayados y maltratados por personas que psicológicamente se autocomplacen con la destrucción ajena.
También el metro de Santiago que hasta hace unos años permanecía "intacto" ahora es rayado por grupos que dicen hacer arte, a estas alturas no se salvan monumentos ni iglesias ni casas. Una pena.
Saludos y gracias por dejar su comentario.
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