miércoles, 29 de octubre de 2008

Premonitorio

Eduardo Díaz E.


PREMONITORIO


La tarde despeja cortinas grises, en
cristales de ventanales oscuros,
la humedad de los presagios impregna
su plumilla artera en la cabeza de medusa.

Anuncios con tañidos lúgubres y ladridos
de perros furiosos, engrifando el gato negro
de la noche, abriendo garras que sueltan
la ponzoña del miedo.

Se mueven los extraños seres
que corroen el interior de las vísceras,
éstas; gotean su drama, envueltas en
celofán de dolor, arqueando de amargor,
angustiosa lengua envejecida.

Se alzan blancos alfiles perdidos,
esa sábana espera,
se aprietan los minutos sin saber
cuando todo termina.





LA FRUTA DEL PÉNDULO


La gota destruye los hilos de la cordura,
deshilachándolos por los distintos pasillos
del laberinto, aúlla el animal indefinido
temblando la garganta al sabor del terror.

Martilla los sesos que tiemblan en un ramo
de floridas interrogaciones,
no hay respuestas, solo el golpe monocorde,
abre brechas de amplias alamedales heridas
de un fastuoso verde infierno.

La infame ronda, está allí,
escondida como escarabajo,
se mueve ardiendo sus artejos
cada espacio de carne lacerada,
está, acecha.

Cae la guadaña
es último brillo de su hoja
sangrienta.




Eduardo Díaz Espinoza
Antofagasta, 27 de octubre de 2008

sábado, 25 de octubre de 2008

Eros condenado



De este lado azul
donde se hacen más intensos los miedos
creo ser una larva en la quietud
animal mitológico
eros castigado
moribundo
anclado en nostalgias ajenas.

En el silencio de esta condena
nada hay que pueda evitar la ceniza del asombro
grabada en mi piel.




domingo, 19 de octubre de 2008

Un cuento de Amanda Bustamante



Conocí a Amanda Bustamante el año 2002, meses después de recibir un libro de cuentos de su autoría, con motivo de mi cumpleaños "Amanda... y otros sueños". Debe haber sido un día de junio o julio, cuando decidí pasar a saludarla a su lugar de trabajo: un carrito literario en la intersección de las calles Mac Iver con Alameda, a un costado de la Biblioteca Nacional en Santiago de Chile.


Era un día oscuro, frío y húmedo. Quise contarle que tenía su libro, que lo había leído con agrado, hablamos brevemente de literatura, de sus textos, de sus inquietudes y de su precaria salud en ese momento. No se que ha sido de ella, nunca más la vi vendiendo libros en aquel lugar. Hoy, después de seis años, he vuelto a leer sus cuentos urbanos, tristes, sencillos y conmovedores. Escogí uno para Tinta Verde - "Burocracia"- una historia tan vigente que parece escrita hoy.


Lu




"En un Policlínico cercano a Santiago, muchas mujeres, hombres y niños esperan. Algunas de ellas, acostumbradas a estos largos y tediosos ajetreos, llevan sus tejidos, conscientes de que antes que les toque su turno de atención, habrán terminado sus labores. Los hombres se cruzan de brazos o hacen girar sus sombreros entre las manos inquietos y enfermos. Los niños corretean, gritan o se pelean entre ellos. El llanto de las guaguas es el telón de fondo para todo esto.


Una mujer delgada, de unos treinta y siete años, de tez trigueña, aguarda angustiada en un rincón. Los minutos pasan: la ventanilla aún permanece cerrada. Todo lo que ocurre, para ella es una experiencia nueva y no le gusta. Mira con atención el lugar, lee una y otra vez los rótulos: "INFORMACIONES", "MEDICINA GENERAL", "FARMACIA", "BAÑOS". De estos últimos emana un olor que hiere las narices.


Ya son las nueve de la mañana. Más de una hora que espera, pero el personal todavía no empieza a atender y, cuando lo hacen, reflejan una indiferencia ajena a todo dolor.

Los enfermos se disputan sus lugares en la fila. Las madres gritan a sus hijos, uno de ellos se aferra a una banca y chilla:


-No quiero...¡No quiero que me pongan una inyección!


-Ven cabro maricón, ¡me vai a hacer perder la cola...!


Pero el niño sigue gritando mientras una auxiliar- entre enfermo y enfermo- hace vida social con otra colega que se pinta las uñas.


-¿Cómo lo pasaste anoche?

- Fue una lata- le contesta-. Perdimos la micro y no pudimos viajar a Santiago, así que fuimos a la discoteque de los Valderrama. Había puros borrachos y nos acostamos temprano.


-Entonces, no lo pasaste tan mal.


-Ni tanto. Se quedó dormido...


-Entiendo... -mirando la fila, pregunta - :¿quién sigue?


La mujer la mira y se dice: "esta niña no debe tener mas de dieciocho años; de seguro, no tiene ni cuarto medio; se maquilla en forma grotesca..."


-Ya pues señora..., dígame su nombre!


- La consulta no es para mi, es para mi madre y necesito que hoy la vea un médico.


La auxiliar miró primero un cuaderno y luego alzó la vista consultando el calendario.


-Para hoy es imposible, no hay atención antes del 25.


-¡Está loca! Mi madre está muy enferma; tiene setenta y tres años... está con fiebre y orinando sangre... ¡No puede esperar quince días!


-No es asunto mío- comenta molesta la auxiliar-. Si tiene tanto apuro, llévela a una clínica a Santiago.


-Si tuviese dinero, esté absolutamente segura que no acudiría a este lugar, que más bien parece un basural que un policlínico- responde dolida la mujer.


-¡Pobre y exigente, no digo yo! Ya, ya, ya. Despeje, que aún tengo que atender a otros pacientes.


Las otras personas de la fila reclaman a grandes voces:

-ya pu, iñora, córrase, también nosotros estamo apuraos.


La mujer sale indignada, luego el dolor y la impotencia la hacen encogerse un poco, se sienta en un banco pensando en la forma de solucionar el problema de su anciana madre. En eso, se le acerca un guardia y la interroga:


-¿Le ocurre algo, señora?


En pocas palabras le explica lo ocurrido. El guardia comenta:


-Son muchachas con poca experiencia y sueldos muy bajos, por eso son tan insensibles. ¿Por qué no habla con la visitadora?


Agradeció la sugerencia, encaminándose al lugar indicado. También allí tuvo que esperar a que la dama se tomara un café, mientras chismorreaba con otra mujer la teleserie de moda. Una vez terminado el comentario, pregunta:


- Y... ¿tú que deseas?


La mujer explica la situación que le apremia, pero el resultado otra vez es nulo.


El policlínico está ubicado al interior de la Municipalidad, al igual que el Correo, el Jardín Infantil y la Tesorería. Luego de meditar, tomó una determinación: hablar con el Alcalde.


La secretaria de la alcaldía, joven, buenamoza, con mejor preparación que se aprecia por el libro que lee y por su excelente presencia, con una voz cultivada y como midiendo sus palabras, después de escuchar la petición de la mujer, responde:


-¡Ay, lo siento tanto...! El señor Alcalde no vendrá hoy. Y para hablar con él debe solicitar una entrevista con anticipación... Tal vez... el Inspector Municipal podría ayudarla.


Otro fracaso.


El Inspector, muy preocupado de ordenar papeles sacados de alguna gaveta volviendo a colocarlos en el mismo sitio, aparenta escuchar a la mujer, y luego de un rato alza la vista para decirle secamente:


- Nada puedo hacer sin la aprobación del señor Alcalde, y él tal vez venga mañana. Lo siento...

(Tal vez. Tal vez. ¡No puede esperar!

Mira la hora: las once de la mañana... tiene tiempo para llegar a Santiago, e irá directamente al hospital que atiende a los pacientes provenientes de ese pueblo.)


Once cuarenta y cinco. El hospital deja mucho que desear. Huele a una mezcla de sudor, fármacos y detergente. Los muros se ven sucios, asientos quebrados, sillas de ruedas inservibles y público que se apretuja, empuja e insulta. Finalmente llega su turno cuando ya son las doce y treinta.


-Medicina General, ventanilla seis-


Le pasan un número y le ordenan esperar; le ha tocado el número 18.


El reloj es su tortura, cada minuto es una eternidad. Piensa en su madre, que ha quedado sola, y ya es hora de la comida... y no hay quien pueda atenderla.


Al límite de su paciencia escucha el llamado de su turno. Otra funcionaria, tan impersonal como las otras, interroga:


- ¿ Cómo se llama... ?


- No es para mi... Es ... mi madre la enferma...


-¿ Qué edad tiene?


- Setenta y tres años... Dígame, ¿cuándo puede verla el médico?


-Hoy ya no puede ser. Mañana, a las nueve.

La mujer da un suspiro de alivio. La auxiliar continua el interrogatorio:


-¿Tiene ficha la señora?


-No. Es primera vez que se atiende aquí. Ella es pensionada.


-¿Dónde vive?


-La mujer da la dirección con voz segura y firme.


-¡Ah, lo siento tanto... ! ¡Tiene que llevarla al consultorio de ese pueblo! Desde allí la enviarán con una interconsulta-


y nuevamente se repite lo mismo-: pero puede hablar con la Visitadora Social a ver que le dice...


Y a sacar número, de nuevo, ahora para consultar a dicha dama. Espera y espera. El nerviosismo la invade. La dos de la tarde: y su madre se encuentra sola. Entonces cambia de idea y decide enfrentarse al Director del Hospital. Después de eludir la vigilancia del guardia, logra llegar hasta la oficina de tan importante personaje, y se encuentra con la muralla de siempre: la secretaria. Explica por enésima vez su problema, tanto que ya se le ha vuelto casi mecánico, y escucha la negativa acostumbrada:

-El Director no está para solucionar problemas personales. Tendrá que regirse por las normas establecidas... Sin embargo...


La mujer ya no tiene más argumentos que esgrimir. En sus oídos resuenan palabras y frases como estas: "Números", "Interconsultas", "Fichas", "Normas establecidas". (Si...., hay demasiados ancianos y pobres. ¡Es mejor que mueran!) Derrotada, se apresta a regresar. Tiene poco dinero, por lo que camina hasta la carretera y espera que alguien la recoja. No tarda mucho en detenerse una camioneta con dirección a Los Andes. Agradece la atención, pero no tiene ganas de conversar. Sus pensamientos están con su madre. Tiene miedo de perderla y quedarse sola. Su esposo se marchó con una muchacha; los hijos se tuvieron que ir del país; sus amistades la abandonaron... fundamentalmente por una cosa de status. Está sola, inmensamente sola. Unas gruesas lágrimas ruedan por sus mejillas, las que rápidamente seca: no quiere que el conductor haga preguntas.


El aire fresco y el verdor del campo la hacen sentirse mejor. A lo lejos, pastan los caballos. Recuerda lo mucho que disfrutaba en su adolescencia montando un potro.


Lo recuerda con nostalgia; ambos se comprendían, era la única que podía montar a Diablo.


El conductor la sacó de sus sueños:


-Llegamos al cruce. ¿Va muy lejos...? Porque yo puedo dejarla todavía un poco más allá.


-Se lo agradezco. No se preocupe... alguien vendrá por mi.


Se despiden amablemente: "Suerte" y "Gracias".


Ella cruza la carretera y se sienta en una gran piedra a esperar. Ese es el único camino para ingresar al pueblo. Por allí entran camiones, camionetas y carretelas con parlantes ofreciendo sus variadas mercaderías.


Transcurridos unos minutos, divisa un auto último modelo. Piensa que es demasiado elegante para, quien quiera que lo maneje, se detenga a recoger a una extraña tan pobremente vestida.


El que maneja el automóvil piensa:


-Humm, una campesina despistada. Debiera saber que la micro no pasará hasta más tarde. Si me detengo, seguro dejará el auto impregnado con olores a vaca o chancho-


Luego de visualizarla, mejora su opinión-: La llevaré.


Pasados unos cinco metros, se detiene bruscamente, para gran sorpresa de la mujer. El conductor se limita a quitar el seguro; ella abre la puerta; él, sin quitar las manos del volante ni desviar su mirada del camino, le pregunta:


-¿Hacia dónde va?


-Pasado el puente -contesta ella- perdone que lo haya molestado, tengo urgencia de llegar pronto a casa.


Él la mira con curiosidad. Lo confunde su expresión educada y se da cuenta que no es una campesina. Concluye en su pensamiento: -Vaya, vaya, es buena moza. Sus manos y su piel están bien cuidadas. Su ropa pobre, pero de calidad... Claro que ahora, con la ropa americana..., cualquier rota se viste bien. Y además se preocupa de su aseo personal; huele a flores. No me molestaría encontrarla otra vez...


-¿Usted vive en el pueblo? -le pregunta.


-¡No! Vivo en una parcela desde hace unos meses, pero no me acostumbro; siempre he vivido en Santiago.


Transcurren unos instantes de mutuo y sutil análisis. Ella reflexiona: -¡Un hombre interesante! Esa barba sal y pimienta; sus ojos verde claro contrastan con el color mate de su piel; esos labios gruesos y sensuales, están bien formados. Su ropa es fina.


¡Si, se ve bien! De tal auto tal chofer... -él interrumpe sus pensamientos preguntando:


-¿... Por qué no puede acostumbrarse? ¿Qué es lo que no le gusta?


-Todo- responde la mujer, volviendo a la conversación-: la indolencia, la ignorancia y la pobreza de la gente- luego, pidiendo excusas-. Pero no me haga caso.


He tenido un día terrible. Temprano fui al consultorio del pueblo a solicitar asistencia médica para mi madre. Me encontré con un montón de mujeres ineficientes que en lugar de atender a los pacientes, se pintan las uñas, beben café, comentan teleseries, chismorrean toda la mañana en vez de trabajar y luego asumen una actitud insolente y humillante con los sufridos enfermos. Después de fracasar en las entrevistas con la visitadora y el inspector municipal, intenté hablar con el alcalde, pero... él brilla por su ausencia. ¡Por eso este país está como está!


Se supone que el alcalde debe procurar progreso para su comuna.


Ambos guardan silencio, hasta que ella lo mira de reojo. Al verlo sonreír piensa que el hombre no es de estos lugares, y le intriga su presencia en el pueblo. Entonces, decide preguntarle:


-¿Usted no es de acá, verdad? Nunca lo había visto...


-Vivo en Santiago- responde él- pero trabajo acá.


-¡¿ Si!? ¿... Qué hace? -pregunta intrigada.


- SOY EL ALCALDE.










sábado, 11 de octubre de 2008

La poesía irreductible de Eliana Navarro


Ángelus de Mediodía
Eliana Navarro
Poesía
Editorial Universitaria. 2008
______________________
La poesía de Eliana Navarro (1920-2006), que se halla reflejada en sus versos , en su prosa, en sus cuentos, en autos sacramentales, remite a variadas tradiciones y, no obstante, mantiene una singularidad irreductible en cuyo misterio radica su grandeza. Es una paradoja. Como lo señalan algunos comentaristas, en Ángelus de mediodía se puede advertir la influencia del Siglo de Oro, de Juan de la Cruz, de la generación del 27, de Rubén Darío, Amado Nervo, Herrera y Reissig y de poetisas como Juana de Ibarborou y Alfonsina Storni. También, por cierto, está la presencia directa de la poesía chilena, de Gabriela Mistral y, según alguien indicó, de los poetas del Sur, los poetas lluviosos. La poesía de Eliana Navarro no deslumbra por su originalidad (que no buscó). En ningún momento ensayó formas poéticas nuevas ni abordó contenidos que ya antes otros poetas no hubiesen acometido. Su oficio poético, el manejo de las formas clásicas (el soneto, por ejemplo, o el verso libre pero con suficiente “labor limae”), el ritmo y el fraseo cadencioso, el uso dosificado y justo de las figuras, hacen de Eliana Navarro una poeta a la vez intempestiva y actual.

Hay que decir que esta obra es fruto del alma refinada, sensible y gran lectora de poesía pero, en absoluto, de una poeta “intelectual”, culterana, que replete sus versos de citas o referencias. Ella aspiraba, y lo logra, a la sencillez, a alcanzar un lenguaje que pudiera ser entendido por otras almas y sensibilidades semejantes a las suyas. Y, quizás en este punto el lector encuentre una indicación del especial atractivo de estos versos, pues la sensibilidad, el mundo interior de la poeta Navarro, tal como se trasunta en estas páginas, no es en modo alguno simple, sino que compuesto de varias facetas que se cogen y yuxtaponen. A veces, en efecto, asoma en sus versos el rostro claro y risueño de lo doméstico y el ardor honesto de su fe, pero en otros y casi en todos, si se los escruta con detenimiento, aparece la sombra o, mejor dicho, la plena oscuridad proveniente de una pérdida y de una ausencia irremediables.

La excelente edición de Universitaria permite formarse una idea de conjunto de la obra de Eliana Navarro, situarla en su contexto biográfico y literario, y revisarla acompañada con agudos comentarios críticos que la iluminan y estiman desde distintos ángulos. El tono que acaso prevalezca, con todo, es quizás elegíaco o crepuscular. Su poesía está impregnada de un lirismo nocturnal. Podrían incluirse aquí innumerables ejemplos de versos y poemas en que este rasgo aparece de manera poderosa. La pérdida y ausencia, en una primera mirada, corresponde al mundo tutelar de su infancia, en Carahue (“la ciudad que fue”, según ella aclara), pero, además, y sobre todo, al mundo de certezas no amenazadas de que allí disfrutaba (¿la ciudad de Dios?). En el epígrafe al poemario La ciudad que fue señala: “Le dábamos nombres oídos al azar: la ciudad perdida, la ciudad de Dios. Cuando llegamos a la adolescencia, empezamos a verla cada vez más a lo lejos, hasta que, envuelta en bruma, se confundió con nuestros sueños”. La experiencia de la separación y del adiós es su forma de relacionarse poéticamente con el mundo. No hay, pues, en estricto rigor, nostalgia porque el retorno se percibe imposible y la pérdida es irrevocable; lo que hay es derechamente dolor. Navarro, el “hablante lírico” como suele decirse, se mantuvo imperturbablemente fiel a ese dolor, a esa “noche” suya.

Sería necesario recurrir a múltiples adjetivos para intentar aproximarse a la obra de esta poeta que desconcierta y emociona, cuya aparente sencillez no le impide lograr atisbar verdades esenciales que pocos han alcanzado en la poesía chilena.

Pedro Gandolfo.
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JUEGO DE SOMBRAS


(Poema en tres tiempos)

I
Como un niño, jugaré con mi sombra
sobre la arena pálida.
Jugaré con la sombra de mis dedos
dibujando figuras sobre el agua,
al borde de la fuente, detenida.
Jugaré a perseguirme por las gradas
donde bailan las hojas del otoño,
e iré llamándome en distintas voces
para escuchar que el viento me responde.

II

Del mar hacia la sombra;
de la noche hacia el viento.
Girasol, girasol,dolor inmenso, mundo de soledad,
herido cielo.Te nombro entre la espuma,
te adivino en el sueño,vago por los caminos
murmurando un lenguaje que no entiendo.
Caracol, cascabel, secreta música,
mariposa de luz entre mis dedos.

III

Todo está ya cumplido.
Ahora sólo quiero
reclinar mi cabeza y dormir.
Todo lo que era llama se convirtió en ceniza.
El mar calló su coro de tempestuosas voces.
El viento sus laúdes.
El corazón, su enigma.
Con las manos atadas,con los ojos vendados,
¿hacia qué noche,
hacia qué oscura y larga noche
camino sin descanso?

IMPROMPTU

Busco tu corazón.
Hacia ti vuelvo.
Dame mi soledad,
mi viento estremecido,
mi universo.
Desnuda de toda ansia,
de toda vanidad,a ti me entrego.
Ya no cantan mis ríos;
desfallecen.
Ya no claman mis bosques.
¿Es la muerte?
Nada respondes.
Subes, inacabable, eterno.
Nada respondes, río de sangre y sombra,
pero clavado allí, yo te presiento.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Poemas de Jorge Andrés González

Su poética, que él denomina “ejercicios”, abunda en imágenes sorpresivas, frescas, absolutas. Posee esa energía espontánea y dinamismo sensible. De temática diversa y actual, sus abundantes creaciones revelan inquietud y gran capacidad de percepción y respuesta.

Lu








Un pájaro más


A menudo lo recuerdo con sus ojos volcánicos
y buscando clavar remaches en el pecho.
Bufando y rezongando como motor,
con la fuerza de tres buses y medio
y con la decisión de llevar en sus hombros el día.
A menudo lo recuerdo con sus grandes manos
sucias y ensangrentadas,
maldiciendo y denigrando
a los de afuera y a los de adentro
mientras va arrastrándola por el cuarto de golpe en golpe.




Café de invierno en un subterráneo

Se esconden las palabras cuando te miro,
alta,
perenne,
con tu traje insignificante
y tu escote que recolecta miradas
de vivos y de huesos.
Se alejan los minutos
mientras vas de un lugar a otro,
de una voz
a otra voz ,
y de una moneda
a la otra.
Por unos míseros segundos se dispersan los edificios,
los trenes,
los rostros,
cuando al fin me saludas
con un frío beso
beso muerto
en cada ángulo,
en cada piedra.





Sólo un Rostro Translúcido

Temprano,
con una mirada tangencial,
observé a través de mi ventana
el cambio de vivos colores
a opacidad.
Por el rectángulo metálico
asomaron las sombras
a cada hora,
a cada tiempo,
a cada exhalación.
Temprano,
observé mi vida
a través de la ventana.
Al llegar la noche,
sólo pude observar un rostro
translúcido
sumergido en oscuridad.





Al regazo

Tengo pena Mamaíta, en los brazos,
en los dientes y en el cuello.
Pena que se retuerce
y me vomita.
Pena, mucha pena
Mamaíta tengo.
Que cruza el pecho de un extremo a otro,
pecho seco,
seco, muy seco,
como mis desiertos y esta pena.
Tengo tanta pena mamaíta que lloraría,
no lagrimas,
sino sangre, mucha sangre,
con la esperanza de comprimirme
en el rojo
y vaciarme
junto a la última gota de las venas,
venas tristes y con pena.



Jorge A. González V. (Santiago, Chile)

viernes, 3 de octubre de 2008

Roberto Juarroz - mi invitado especial



Fragmentos Verticales


Casi poesía. No siempre la visión y la palabra coinciden hasta la suma del poema. Muchas veces sólo quedan algunos núcleos o gérmenes o imágenes o roces, como si fueran restos o quizá paradójicas ganancias de un naufragio. ¿Pero acaso es otra cosa toda la poesía? Tal vez se debiera entonces hablar aquí de fragmentos caídos, astillas de poemas, gestos de aproximación, trozos de materia poética de textos que no terminaron de nacer. Y consolarse con la idea de que nacer es un proceso que nunca termina.


Casi razón. Poco menos que razón. Deslizamiento de algo que no quiere alcanzar la razón, para no quedar anclado en su acotada zona. La pretensión de querer tener razón, desvía el pensamiento y lo convierte en rígida estatuaria mental. Contenerse en algo menos que razón quizá permita, en cambio, atisbar otros territorios más libres de la creación humana, como la poesía o ciertos inesperados paisajes de la imaginación. Un poco menos que razón puedellevarnos a algo más que razón.


De Poesía Vertical


Pienso que en este momento
tal vez nadie en el universo piensa en mí,
que solo yo me pienso,
y si ahora muriese,
nadie, ni yo, me pensaría.
Y aquí empieza el abismo,
como cuando me duermo.
Soy mi propio sostén y me lo quito.
Contribuyo a tapizar de ausencia todo.
Tal vez sea por esto
que pensar en un hombre
se parece a salvarlo.


Poemas Inéditos

(1)


Por este otoño de atrasadas primaveras
voy buscando, Señor, mi desnudez.
desenfilando focos y sueños por tus lunas,
(ah tu luna, virgen interminable acostándose en la tierra)
(Ah mi sueño, despojo interminable que no puede acostarse)
desenredando hogueras de silencio encendido
y partiendo con mis ojos las mariposas ultimas.
Este quehacer de antiguos corazones doblados,
esta otoñal manera de crecerse,
este no ser perito en nada
y para nada,
este viaje que viene de las hojas
a las hojas, es mi gran egoísmo,
pero es también tu nombre.
Porque el borde de la nube no está solo.
La caricia primera vive en él.
La mejor compañía: tu caricia.
Este es un tajo tuyo, Dios desnudo.
Mi desnudez, Señor, tu desnudez.


A Julián el desnudo



(16)

La luz filtrada por las nubes,
los árboles, el aire y otros cuerpos,
pero más aún filtrada por el pensamiento,
reconstruye el proyecto del día
y hace de la mañana un protocolo de recuerdos.
Hay muchas luces en la luz,
muchos días en el día
y muchas zonas en el cristal de cada uno.
Pero la clave es el tamiz, la sutileza combinatoria,
la inventiva del azar
para cernir las dosis de transparencia
y ajustar la estela de reflejos
que hacen de cada hora un tiempo único
en la supuestamente boba monotonía del tiempo.
La luz necesita siempre intermediarios,
como quizá todas las cosas.
Tal vez sea una clave de la realidad:
no hay mensajes directos.
Todo es mediación porque lo directo destruye.
¿Qué intercalar entonces entre la rosa y la luz,
entre la noche y el amor,
entre un hombre y la muerte,
entre la vida y esta mañana transmutada de recuerdos?
¿Qué poner entre lo que una cosa es
y aquello que no es,
para que pueda serlo?
¿Cómo tamizar la distancia
entre nosotros y la ausencia
para encontrar por fin nuestra presencia?



De Tríptico Vertical
(2)


La vida se revuelve como un niño loco
para soplarme el corazón.
Pero yo tengo un lugar en la tarde,
un lugar de vientos detenidos,
en donde todo estaría muerto
si no estuviera así.
La vida se ha caído como un hueso trasijado
para ahuecarme el corazón.
pero yo tengo un hueco sin padre ni madre,
de vidrio sin vidrio,
en donde los charcos se detienen como éxtasis
y todas las niñas del mundo
se enamorarían por primera vez.
La vida se ha comido las estrellas, desahuciadas y rotas,
y se ha clavado en microscopios
y se malsangra en carteles
para encorvarme el corazón.
Pero yo tengo un horizonte sin bocas
y un suavecer sin horizontes
y un deletreo de latidos
para morirme en corazón.


A Julián el corazonado



Roberto Juarroz nació en Coronel Dorrego, Provincia de Buenos Aires (Argentina), el 5 de octubre de 1925, y murió en Temperley, provincia de la capital argentina, el 31 de marzo de 1995. Graduado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, recibió de esa misma institución una beca y realizó estudios de perfeccionamiento en La Sorbona, en donde alcanzó más tarde el cargo de profesor titular.


Fue director del Departamento de Bibliotecología y Documentación de la mencionada facultad, en donde ejerció la docencia durante treinta años. Asimismo se desempeñó como bibliotecólogo para la UNESCO y la OEA en diversos países. De 1958 a 1965 dirigió la revista Poesía = Poesía y colaboró en numerosas publicaciones argentinas y extranjeras.


Fue crítico bibliográfico del diario La Gaceta (Tucumán, 1958-1963), crítico cinematográfico de la revista Esto Es (Buenos Aires, 1956-1958) y traductor de varios libros.En 1980 fue invitado a París para la presentación de la más importante versión francesa de su poesía, editada por Fayard. Participó en una larga serie de congresos internacionales de escritores. Desde junio de 1984 fue miembro de número de la Academia Argentina de Letras.

Recibió, entre otras distinciones, el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía (1984), el premio Esteban Echeverría que concede anualmente la Asociación Gente de Letras de Buenos Aires por la totalidad de una obra (1984), el premio Jean Malrieu de Marsella (1992) y el premio de la Bienal Internacional de Poesía (Lieja, Bélgica, 1992). Su obra ha merecido abundantes estudios críticos y ha sido vertida a una gran cantidad de lenguas.


"Poesía de una abrasada transparencia" —en palabras de Vicente Aleixandre—, la obra de Roberto Juarroz ha sido así descrita por Octavio Paz: "Cada poema de Roberto Juarroz es una sorprendente cristalización verbal: el lenguaje reducido a una gota de luz. Un gran poeta de instantes absolutos". Más tarde, al conocer el primer volumen de la Poesía vertical 1958-1982 (Emecé, Buenos Aires, 1993), Paz añadió: "Sorpresa y confirmación: no, no me equivoqué, no nos equivocamos los pocos que, en esos años, nos dimos cuenta de que oíamos una voz única en la poesía del siglo XX. Más que oír la voz, la vimos. Y vimos una claridad".


Antonio Porchia, el gran maestro italo-argentino autor de Voces, escribe: "Sin misterio, todo sería muy poco, tal vez nada. Y creador del misterio es el poeta, pero el poeta como Roberto Juarroz, uno de los mayores poetas de nuestro tiempo. Es difícil elogiar a quien merece más que elogios. En estos poemas cualquier palabra podría ser la última, hasta la primera. Y sin embargo, lo último sigue".