Tú y yo tenemos una cosa en común: no somos perfectos. Y
¿sabes qué? Así tiene que ser. Somos un reflejo de lo perfectamente imperfecta
que es la vida. Y una vez que hacemos las paces con este concepto, con nosotros
mismos, podemos vivir el gozo de todas las cosas imperfectas: la pareja, los
amigos, el amor, el trabajo, en ocasiones la salud, en fin, la vida misma.
¿Algunas vez has tenido la sensación de serenidad o
melancolía que te da, por ejemplo, contemplar la caída de las hojas en otoño,
mientras las aves cruzan el cielo en el atardecer; te has percatado del valor
del instante que se va? ¿O quizás has tenido ese sentimiento simultáneo
de gusto y nostalgia al ver crecer a tus hijos? O bien, ¿has experimentado esa
especie de alegría melancólica que producen los instantes en que contemplas
maravillado el desorden ordenado y fugaz de las nubes, el perfecto caos de una
selva, la pátina que el tiempo le da a un mueble viejo, las ramas sin follaje
de un árbol en invierno que lo hacen especialmente hermoso?
Los japoneses llamarían a todo lo anterior Wabi-Sabi.
"Nada es perfecto, nada es permanente y nada está completo", es el
axioma de esta antigua corriente estética japonesa que nos invita a ver las
cosas de manera diferente. Su filosofía se basa en comprender que la belleza
está en la aparente imperfección. En esa emoción que implica la aceptación del
inevitable ciclo de la vida, lo auténtico, natural y genuino. Si los seres
humanos pudiéramos aplicar esta sabiduría a nosotros mismos, seríamos
simplemente más felices.
Expresar lo que es difícil de expresar
El aroma delicioso de las diversas infusiones inundaba la
pequeña tienda que descubrimos al caminar por una callecita de la antigua
ciudad de Kyoto. Las dependientas, de guantes blancos y vestidas a la antigua
usanza japonesa, nos daban a oler cada una de las distintas variedades y
calidades de té. Llamaba la atención el cuidado con el que manipulaban los
contenedores, como si se tratara de joyas.
¿Por qué tanto cuidado? Esto se debe a la importancia que
la ceremonia del té tiene en algunos
países orientales. Para entender este significado profundo, recurro a Sen Sotan
(1578-1658), un maestro zen que dijo: “El sentido de la ceremonia del té es
como el sonido del viento que agita los pinos en una pintura”. Para los monjes
zen este ritual era una forma de meditación, de dar un espacio para la toma de
conciencia del momento. Veían en esta antigua tradición una manera de expresar
lo que es difícil de decir, una forma de vida en la que cada detalle, postura y
pensamiento resultaban un antídoto para el dolor, el desequilibrio y el duelo
de la vida.
La ceremonia del té es una especie de medicina espiritual
que los occidentales deberíamos incorporar a nuestras vidas. “A media mañana
cuando me siento cansada- nos dijo la guía de tez muy blanca y ojos rasgados
que nos acompañaba-, hago una pausa para preparar mi Matcha (un polvo fino
hecho de la hoja de té verde). La preparo con toda calma y disfruto enormemente
cada pequeño sorbo, es mi momento, un espacio sólo para mí. Lo elaboro en mi
recipiente estilo Wabi-Sabi que tengo desde hace mucho tiempo, herencia de mi
madre”.
Fragmento del libro Wabi-Sabi para artistas, diseñadores, poetas y filósofos de Leonard Koren
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