domingo, 27 de noviembre de 2011

María Luisa Bombal - La última niebla


por Ignacio Valente

Es un gozo ver cómo se reeditan y leen y releen las obras de María Luisa Bombal. Editorial Andrés Bello publica, ahora en un pequeño volumen de 100 páginas, La última niebla, seguida de tres relatos: "El árbol", "Las islas nuevas" y "Lo secreto". Estos tres cuentos, por su calidad, merecen comentario aparte. A la novela, que data de 1935, parece no haberle pasado el tiempo, como a los clásicos. En este casi medio siglo se han sucedido las generaciones literarias, se han innovado los procedimientos, ha cambiado el mundo. Ya no se escribe así, qué duda cabe: no son los ángeles del sueño ni los fantasmas del corazón femenino los que tienen la palabra, sino otros dioses -con frecuencia diosecillos- de la tierra. Y, sin embargo, en este lapso nos cuesta encontrar una novela chilena que pueda trascender así su tiempo y su lugar, revelando una experiencia tan universal -el amor, como siempre en la autora- bajo el sortilegio de un lenguaje narrativo y poético tan perdurable.

La última niebla es el relato de una frustración y un delirio femeninos, narrado en primera persona por una mujer sedienta de entrega, que teje con las dos hebras mágicas de la realidad y el sueño la trama de un romance absoluto. El amor nacido de un encuentro fortuito y casi irreal, se proyecta sin límites sobre un mundo de enamorada alucinación. La mujer vive de un recuerdo y quizá de un puro sueño, más reales, sin embargo, que el rutinario presente de su existencia actual. El amante perdido y tal vez inexistente, tiene aspiraciones fugaces en medio de la niebla, rodeado siempre de un halo luminoso y evanescente: viene a llevársela desvanecida, una tarde de viento; cruza el camino, junto al estanque donde ella se baña, en un carruaje cerrado; viene y se esfuma, en apariciones de consistencia onírica, de las cuales ella misma terminará por dudar. Resulta inútil separar los hechos positivos y las ilusiones delirantes de este amor, pues la novela ocurre entera dentro de la conciencia, una conciencia femenina desgarrada que jamás se instituye en norma objetiva o exterior de la verdad: la verdad es este amor aunque este amor no fuera verdad.

Nos maravilla el desdén que M. L. Bombal se permite hacia lo exterior, descriptivo, pintoresco, explicativo. No hay aquí referencias, antecedentes, introducciones: las personas y cosas de este mundo -la casa de campo, el marido, una muchacha muerta, los parientes, en las primeras páginas- aparecen reveladas de modo instantáneo en la situación misma, en el presente de la conciencia que los siente y sueña, a golpes de emoción. Estamos tan lejos del naturalismo como de la novela psicológica: la poesía -un lirismo impresionista- tiene la palabra. Los procesos del amor, que exigirían largas y doctas explicaciones a la psiquiatría, la fenomenología o el análisis existencial, son iluminados de golpe por la intuición poética, que tan bien sabe la autora desplegar en forma narrativa.

De allí la densidad de esta breve novela. No sobra un adjetivo. Su velocidad está hecha de pura síntesis; sus cambios de tiempo no son los trucos formales que prodiga tanta novela actual, sino los saltos naturales de la conciencia. El tiempo de este relato posee la asombrosa discontinuidad del transcurso interior, de la duración vital, la durée de Bergson. Hay morosidades y prisas, pero ellas no nos hacen pensar en virtuosismos formales, sino en el ritmo natural de la vivencia. En general, no se percibe artificio o esfuerzo técnico en esta prosa; su esencia poética lo vivifica todo con un ánima encantada que exime de todo aparente trabajo formal.

La continua presencia de la naturaleza en el relato es siempre antropomórfica. La lluvia, el paisaje del campo, el vendaval, el otoño, participan expresivamente de la misma respiración interna del alma, la prolongan y revelan. Esta Einfuhlung, proyección afectiva sobre lo inanimado, se hace más intensa en torno al elemento central de la naturaleza y del espíritu: la niebla. La niebla es el poder brumoso que confunde las regiones del ensueño y de la realidad; de allí su presencia continua sobre las casas, calles y campos, presencia que confiere una soledad sorda y a la vez un recogimiento íntimo y femenino a las situaciones. Pero la niebla es también la fuerza ciega de lo hostil y resistente, que contraría la luminosidad de los designios humanos, sobre todo de los designios amorosos.

Un relato como éste no podría ser narrado sino en primera persona. Aunque su esencia poética esta bien diluida en el transcurso narrativo, apenas hay, sin embargo, construcción objetiva de personajes y argumentos: prima siempre el flujo interior de la conciencia, que va revelando la secreta identidad de personas y cosas al ritmo de la emoción. Las imágenes líricas, a su vez, no son nunca construcciones formales a partir de elementos inmóviles o abstractos o pensados: son imágenes primarias, silvestres, dinámicas, en estado natural. Son imágenes que amaría un Gastón Bachelard: móviles, prístinas, capaces de irradiación. El lenguaje, por su parte, está invadido de profundos ritmos, asociaciones subliminales, parentescos lingüísticos, y de un sentido musical espontáneo que aligera esta excelente prosa narrativa. Muchas veces me he quejado yo de otras prosas "contaminadas" de poesía, poeticoides, imprecisas; la de M. L. Bombal, en cambio, está vivificada por la poesía, sin perder un ápice de su índole narrativa.

La revelación central de esta novela es la esencia de la femineidad en torno al fenómeno del amor: esencia que se manifiesta con una pureza y concentración que a menudo no consiguen los tratados más clásicos sobre el tema. El misterio femenino, su fisiognómica -expresión corporal del enigma de la mujer en sus formas y gestos-, sus ánimos tornadizos, su confusión íntima, su emotividad como centro de la persona, se nos revelan espléndidamente en este sueño enamorado. Ninguna mujer real coincide con la femineidad pura; todas tienen un algo viril. Nuestro personaje, en cambio, es la femineidad. De allí su carácter trágico, su amor imposible, su fracaso. Y también su belleza irreal.


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