domingo, 19 de octubre de 2008

Un cuento de Amanda Bustamante



Conocí a Amanda Bustamante el año 2002, meses después de recibir un libro de cuentos de su autoría, con motivo de mi cumpleaños "Amanda... y otros sueños". Debe haber sido un día de junio o julio, cuando decidí pasar a saludarla a su lugar de trabajo: un carrito literario en la intersección de las calles Mac Iver con Alameda, a un costado de la Biblioteca Nacional en Santiago de Chile.


Era un día oscuro, frío y húmedo. Quise contarle que tenía su libro, que lo había leído con agrado, hablamos brevemente de literatura, de sus textos, de sus inquietudes y de su precaria salud en ese momento. No se que ha sido de ella, nunca más la vi vendiendo libros en aquel lugar. Hoy, después de seis años, he vuelto a leer sus cuentos urbanos, tristes, sencillos y conmovedores. Escogí uno para Tinta Verde - "Burocracia"- una historia tan vigente que parece escrita hoy.


Lu




"En un Policlínico cercano a Santiago, muchas mujeres, hombres y niños esperan. Algunas de ellas, acostumbradas a estos largos y tediosos ajetreos, llevan sus tejidos, conscientes de que antes que les toque su turno de atención, habrán terminado sus labores. Los hombres se cruzan de brazos o hacen girar sus sombreros entre las manos inquietos y enfermos. Los niños corretean, gritan o se pelean entre ellos. El llanto de las guaguas es el telón de fondo para todo esto.


Una mujer delgada, de unos treinta y siete años, de tez trigueña, aguarda angustiada en un rincón. Los minutos pasan: la ventanilla aún permanece cerrada. Todo lo que ocurre, para ella es una experiencia nueva y no le gusta. Mira con atención el lugar, lee una y otra vez los rótulos: "INFORMACIONES", "MEDICINA GENERAL", "FARMACIA", "BAÑOS". De estos últimos emana un olor que hiere las narices.


Ya son las nueve de la mañana. Más de una hora que espera, pero el personal todavía no empieza a atender y, cuando lo hacen, reflejan una indiferencia ajena a todo dolor.

Los enfermos se disputan sus lugares en la fila. Las madres gritan a sus hijos, uno de ellos se aferra a una banca y chilla:


-No quiero...¡No quiero que me pongan una inyección!


-Ven cabro maricón, ¡me vai a hacer perder la cola...!


Pero el niño sigue gritando mientras una auxiliar- entre enfermo y enfermo- hace vida social con otra colega que se pinta las uñas.


-¿Cómo lo pasaste anoche?

- Fue una lata- le contesta-. Perdimos la micro y no pudimos viajar a Santiago, así que fuimos a la discoteque de los Valderrama. Había puros borrachos y nos acostamos temprano.


-Entonces, no lo pasaste tan mal.


-Ni tanto. Se quedó dormido...


-Entiendo... -mirando la fila, pregunta - :¿quién sigue?


La mujer la mira y se dice: "esta niña no debe tener mas de dieciocho años; de seguro, no tiene ni cuarto medio; se maquilla en forma grotesca..."


-Ya pues señora..., dígame su nombre!


- La consulta no es para mi, es para mi madre y necesito que hoy la vea un médico.


La auxiliar miró primero un cuaderno y luego alzó la vista consultando el calendario.


-Para hoy es imposible, no hay atención antes del 25.


-¡Está loca! Mi madre está muy enferma; tiene setenta y tres años... está con fiebre y orinando sangre... ¡No puede esperar quince días!


-No es asunto mío- comenta molesta la auxiliar-. Si tiene tanto apuro, llévela a una clínica a Santiago.


-Si tuviese dinero, esté absolutamente segura que no acudiría a este lugar, que más bien parece un basural que un policlínico- responde dolida la mujer.


-¡Pobre y exigente, no digo yo! Ya, ya, ya. Despeje, que aún tengo que atender a otros pacientes.


Las otras personas de la fila reclaman a grandes voces:

-ya pu, iñora, córrase, también nosotros estamo apuraos.


La mujer sale indignada, luego el dolor y la impotencia la hacen encogerse un poco, se sienta en un banco pensando en la forma de solucionar el problema de su anciana madre. En eso, se le acerca un guardia y la interroga:


-¿Le ocurre algo, señora?


En pocas palabras le explica lo ocurrido. El guardia comenta:


-Son muchachas con poca experiencia y sueldos muy bajos, por eso son tan insensibles. ¿Por qué no habla con la visitadora?


Agradeció la sugerencia, encaminándose al lugar indicado. También allí tuvo que esperar a que la dama se tomara un café, mientras chismorreaba con otra mujer la teleserie de moda. Una vez terminado el comentario, pregunta:


- Y... ¿tú que deseas?


La mujer explica la situación que le apremia, pero el resultado otra vez es nulo.


El policlínico está ubicado al interior de la Municipalidad, al igual que el Correo, el Jardín Infantil y la Tesorería. Luego de meditar, tomó una determinación: hablar con el Alcalde.


La secretaria de la alcaldía, joven, buenamoza, con mejor preparación que se aprecia por el libro que lee y por su excelente presencia, con una voz cultivada y como midiendo sus palabras, después de escuchar la petición de la mujer, responde:


-¡Ay, lo siento tanto...! El señor Alcalde no vendrá hoy. Y para hablar con él debe solicitar una entrevista con anticipación... Tal vez... el Inspector Municipal podría ayudarla.


Otro fracaso.


El Inspector, muy preocupado de ordenar papeles sacados de alguna gaveta volviendo a colocarlos en el mismo sitio, aparenta escuchar a la mujer, y luego de un rato alza la vista para decirle secamente:


- Nada puedo hacer sin la aprobación del señor Alcalde, y él tal vez venga mañana. Lo siento...

(Tal vez. Tal vez. ¡No puede esperar!

Mira la hora: las once de la mañana... tiene tiempo para llegar a Santiago, e irá directamente al hospital que atiende a los pacientes provenientes de ese pueblo.)


Once cuarenta y cinco. El hospital deja mucho que desear. Huele a una mezcla de sudor, fármacos y detergente. Los muros se ven sucios, asientos quebrados, sillas de ruedas inservibles y público que se apretuja, empuja e insulta. Finalmente llega su turno cuando ya son las doce y treinta.


-Medicina General, ventanilla seis-


Le pasan un número y le ordenan esperar; le ha tocado el número 18.


El reloj es su tortura, cada minuto es una eternidad. Piensa en su madre, que ha quedado sola, y ya es hora de la comida... y no hay quien pueda atenderla.


Al límite de su paciencia escucha el llamado de su turno. Otra funcionaria, tan impersonal como las otras, interroga:


- ¿ Cómo se llama... ?


- No es para mi... Es ... mi madre la enferma...


-¿ Qué edad tiene?


- Setenta y tres años... Dígame, ¿cuándo puede verla el médico?


-Hoy ya no puede ser. Mañana, a las nueve.

La mujer da un suspiro de alivio. La auxiliar continua el interrogatorio:


-¿Tiene ficha la señora?


-No. Es primera vez que se atiende aquí. Ella es pensionada.


-¿Dónde vive?


-La mujer da la dirección con voz segura y firme.


-¡Ah, lo siento tanto... ! ¡Tiene que llevarla al consultorio de ese pueblo! Desde allí la enviarán con una interconsulta-


y nuevamente se repite lo mismo-: pero puede hablar con la Visitadora Social a ver que le dice...


Y a sacar número, de nuevo, ahora para consultar a dicha dama. Espera y espera. El nerviosismo la invade. La dos de la tarde: y su madre se encuentra sola. Entonces cambia de idea y decide enfrentarse al Director del Hospital. Después de eludir la vigilancia del guardia, logra llegar hasta la oficina de tan importante personaje, y se encuentra con la muralla de siempre: la secretaria. Explica por enésima vez su problema, tanto que ya se le ha vuelto casi mecánico, y escucha la negativa acostumbrada:

-El Director no está para solucionar problemas personales. Tendrá que regirse por las normas establecidas... Sin embargo...


La mujer ya no tiene más argumentos que esgrimir. En sus oídos resuenan palabras y frases como estas: "Números", "Interconsultas", "Fichas", "Normas establecidas". (Si...., hay demasiados ancianos y pobres. ¡Es mejor que mueran!) Derrotada, se apresta a regresar. Tiene poco dinero, por lo que camina hasta la carretera y espera que alguien la recoja. No tarda mucho en detenerse una camioneta con dirección a Los Andes. Agradece la atención, pero no tiene ganas de conversar. Sus pensamientos están con su madre. Tiene miedo de perderla y quedarse sola. Su esposo se marchó con una muchacha; los hijos se tuvieron que ir del país; sus amistades la abandonaron... fundamentalmente por una cosa de status. Está sola, inmensamente sola. Unas gruesas lágrimas ruedan por sus mejillas, las que rápidamente seca: no quiere que el conductor haga preguntas.


El aire fresco y el verdor del campo la hacen sentirse mejor. A lo lejos, pastan los caballos. Recuerda lo mucho que disfrutaba en su adolescencia montando un potro.


Lo recuerda con nostalgia; ambos se comprendían, era la única que podía montar a Diablo.


El conductor la sacó de sus sueños:


-Llegamos al cruce. ¿Va muy lejos...? Porque yo puedo dejarla todavía un poco más allá.


-Se lo agradezco. No se preocupe... alguien vendrá por mi.


Se despiden amablemente: "Suerte" y "Gracias".


Ella cruza la carretera y se sienta en una gran piedra a esperar. Ese es el único camino para ingresar al pueblo. Por allí entran camiones, camionetas y carretelas con parlantes ofreciendo sus variadas mercaderías.


Transcurridos unos minutos, divisa un auto último modelo. Piensa que es demasiado elegante para, quien quiera que lo maneje, se detenga a recoger a una extraña tan pobremente vestida.


El que maneja el automóvil piensa:


-Humm, una campesina despistada. Debiera saber que la micro no pasará hasta más tarde. Si me detengo, seguro dejará el auto impregnado con olores a vaca o chancho-


Luego de visualizarla, mejora su opinión-: La llevaré.


Pasados unos cinco metros, se detiene bruscamente, para gran sorpresa de la mujer. El conductor se limita a quitar el seguro; ella abre la puerta; él, sin quitar las manos del volante ni desviar su mirada del camino, le pregunta:


-¿Hacia dónde va?


-Pasado el puente -contesta ella- perdone que lo haya molestado, tengo urgencia de llegar pronto a casa.


Él la mira con curiosidad. Lo confunde su expresión educada y se da cuenta que no es una campesina. Concluye en su pensamiento: -Vaya, vaya, es buena moza. Sus manos y su piel están bien cuidadas. Su ropa pobre, pero de calidad... Claro que ahora, con la ropa americana..., cualquier rota se viste bien. Y además se preocupa de su aseo personal; huele a flores. No me molestaría encontrarla otra vez...


-¿Usted vive en el pueblo? -le pregunta.


-¡No! Vivo en una parcela desde hace unos meses, pero no me acostumbro; siempre he vivido en Santiago.


Transcurren unos instantes de mutuo y sutil análisis. Ella reflexiona: -¡Un hombre interesante! Esa barba sal y pimienta; sus ojos verde claro contrastan con el color mate de su piel; esos labios gruesos y sensuales, están bien formados. Su ropa es fina.


¡Si, se ve bien! De tal auto tal chofer... -él interrumpe sus pensamientos preguntando:


-¿... Por qué no puede acostumbrarse? ¿Qué es lo que no le gusta?


-Todo- responde la mujer, volviendo a la conversación-: la indolencia, la ignorancia y la pobreza de la gente- luego, pidiendo excusas-. Pero no me haga caso.


He tenido un día terrible. Temprano fui al consultorio del pueblo a solicitar asistencia médica para mi madre. Me encontré con un montón de mujeres ineficientes que en lugar de atender a los pacientes, se pintan las uñas, beben café, comentan teleseries, chismorrean toda la mañana en vez de trabajar y luego asumen una actitud insolente y humillante con los sufridos enfermos. Después de fracasar en las entrevistas con la visitadora y el inspector municipal, intenté hablar con el alcalde, pero... él brilla por su ausencia. ¡Por eso este país está como está!


Se supone que el alcalde debe procurar progreso para su comuna.


Ambos guardan silencio, hasta que ella lo mira de reojo. Al verlo sonreír piensa que el hombre no es de estos lugares, y le intriga su presencia en el pueblo. Entonces, decide preguntarle:


-¿Usted no es de acá, verdad? Nunca lo había visto...


-Vivo en Santiago- responde él- pero trabajo acá.


-¡¿ Si!? ¿... Qué hace? -pregunta intrigada.


- SOY EL ALCALDE.










3 comentarios:

javiera dijo...

querida amanda :
no sabe lo mucho que me ha acompañado su libro en ests dias de verano,jamss olvidare su rostro impavido y su mirada perdida hacia la alameda,estoy muy feliz que no haya quemado sus hermosos cuentos,ya que gracias a ellos no me he sentido tan sola ,me encantaria saber mas de uds....me imagino al leer sus cuentos, que son todas experiencias vividas por ud , espero pueda tener contacto con ud .
con cariño
javiera

Anónimo dijo...

Tambien yo conozco a Amanda mi "librera favorita" como la llamo yo hace un tiempo largo que no voy al centro ,no he sabido mas de ella hace varios años no la encontré pregunte por ella y me dieron que estaba muy enferma,pero en otra ocasion tuve la gran alegria de encontrarla en su lugar de siempre me dijo que estaba mejor ,pero ya iba menos a trabajar ,no he vuelto a verla me encantaria saber algo de ella.
Marugenia

Luisa García dijo...

Hace años no se se de ella, la encontraba siempre al costado de la Biblioteca Nacional, ya no visito el centro de Santiago pero ojalá Amanda se encuentre bien, rodeada de libros como siempre la recuerdo.