domingo, 2 de octubre de 2011

Diego Rivera

Autorretrato de Diego Rivera. 1930


Diego Rivera nació en Guanajuato el 8 de diciembre de 1886. A la edad de 11 años entró a la Academia de Bellas Artes. Le interesaron los grabados de Guadalupe Posada, cuyo taller se encontraba frente a la Academia. En 1907 partió para España. Le interesó Goya.

Antes de ser el fundador de una pintura nacional, Diego Rivera fue un curioso de todas las escuelas pictóricas que se arriesgaban por rutas desconocidas a descubrir nuevos continentes artísticos. El aventajado discípulo de la Academia de San Carlos llega a París a vivir con el inquieto grupo cosmopolita, en Montparnasse. Allí le tocó militar en las huestes cubistas que capitaneaba Picasso, del cual fue Diego brazo derecho. En el círculo esotérico del cubismo, Diego participó como uno de sus artífices más inteligentes. Un acontecimiento importante en la formación del pintor mexicano fue el descubrimiento de Cézanne, cuya obra lo impresionó tan fuertemente que cayó enfermo. Otra enseñanza decisiva la obtuvo durante una larga estancia en Italia, el año de 1920, en donde tuvo ocasión de estudiar las relaciones de la pintura con la vida y con otras artes plásticas, arquitectura y escultura.

Desnudo con girasoles. 1946
En conjunto, la pintura de Diego representa una nueva visión de la vida mexicana. La primera obra de Diego fue una pintura mural, a la encáustica, en el Anfiteatro de la Preparatoria. Aunque su estilo recuerda ciertas obras italianas de inspiración bizantina, ya es en su expresión netamente mexicano. La aparición de la obra de Diego fue, entre pintores y “amateurs”, la sensación del año de 1923. Entonces despertó en México el entusiasmo por la pintura mural.

Cuando Diego regresó a su patria, una vez concluido su aprendizaje, descubre un riquísimo material pictórico sin elaborar, como una selva virgen que la mano del hombre no ha cultivado. Al contacto de México, Diego se encuentra a sí mismo. Después de su largo contacto con la tradición pictórica europea y de ensayar los estilos nuevos, su espíritu había madurado y era dueño de su oficio; se sentía ahora capaz de edificar con aquella materia en bruto un nuevo mundo de imágenes.

Fiel al ideal estético de sus comienzos, en la nueva obra incorpora las esencias más sutiles del arte antiguo. En la obra misma hay que admirar la sabiduría con que el artista ha fundido las más selectas formas del clasicismo en los procedimientos actuales, de manera que no existe superposición de elementos, sino la más perfecta unidad de ellos.

Quien haga una atenta revisión de la obra completa de Diego, siguiendo su orden cronológico, advertirá que sus transformaciones obedecen a una lógica estricta. Nada parece casual o improvisado. Se advierte que al pintar los primeros frescos ya el artista tenía preconcebido el plan de toda su obra. Esta constituye, por su contenido, un mundo armónicamente desarrollado. Su consumada sabiduría de pintor es resultado de una milagrosa coincidencia entre el humanismo y el socialismo contemporáneo con el carácter original del pintor en el que predomina un sentido de la forma a la vez clásico y moderno.

Galería de pintores modernos mexicanos, número 1.   Fuente: Milenio on line: http://impreso.milenio.com/node/9036030

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