sábado, 23 de enero de 2010

A UN AÑO DE LA MUERTE DEL POETA EDUARDO DÍAZ

Por estas horas, hace un año, muchos de nosotros no sabíamos donde fijar la mirada, la vista nublada por la angustia de saber que nuestro amigo respiraba sus últimos momentos. Se despedía de la vida y con este último gesto también en nosotros se posicionaba lo intangible, ese sentimiento, esa orfandad, que de tan grande no podemos explicar.


Ha pasado un año desde su partida a lugares que no acierto a comprender, que sólo quiero imaginar como una extensión de bienestar, de alivio para ese sufrimiento físico que padeció el poeta.

La vida sigue, es cierto, pero distinta, diferente, él está en lo inasible, nosotros en lo difícil, en lo terreno. Muchos debimos inventar una nueva forma de vivir a contar del aquel aciago día. Los que lo conocimos, sobrevivimos, recordándolo como el gran hombre que fue, desde todas las aristas que marcan a los bellos espíritus.


VAMOS QUE LA LUCHA SIGUE


El callamiento vaga entre las ramas, la voz se va
entre el oler, gustar, palpar, se empala al fondo
de las raíces que ensordecen.

Eco alguno puede introducirse en las hendijas
cuando no se quiere oír una palabra sentenciosa
que condena.

El aire no devuelve capacidad alguna de reacción,
inerme se observa la guillotina que saca redobles de
plata caracolina afilada, cercenante, con esa sensación de fantasma;
chorreando sus andrajos con cáliz de acíbar perfumado
de muerte irremediable.

Me parece que dentro estalla la rebelión,
agita mis latidos, acelera el pulso y me desato
de nuevo como esa vieja primavera en que
había que levantar la cerviz, y
pensábamos en cambiar el mundo de fase.

Rompo y abro los pétalos que animan la vida,
para seguir tras la vida,
hasta que ya se agote el último cartucho de esperanza.


EL PEQUEÑO SER

Sabes que vives fertilizándote bajo un techo
guateado de libros increíbles, sus paisajes,
ves como esos paraísos de cada final de alguna novela
con su happy end, te endulza la lengua acaramelada
de hambre por ese cuerpo.


Y el subterráneo, más que ser cielo, es fondo de algún
pirquén tenebrosamente abandonado donde han sacado
hasta el oro de de los tontos para ostentar riquezas
que no has tenido, vives tus últimas noches pensando
en la muchacha, la de Coronel, esa, que te permitió todo y terminaste
exhausto sin haber terminado nada.

La bóveda de tus libros guardan escritos, las mejores notas
recogidas de John Keats, Attila Jozef, el ritmo sicalíptico de Gonzalo Rojas,
la fiereza de Pablo de Rokha,
y esa lava arde por tus venas, corriendo caprichosa,
arrollándolo todo a su paso creando un clavo de fuego incrustándose
en la vieja viga de la memoria.

Tu atomización se extenderá como odiosa manía, una conspiración,
lo sabes, es por término de giro, escombros de tu cuerpo
que dejarás para que los suelten como caballos furiosos
en el viento azul intenso de la pampa, dando un gris más profundo
a esa tierra bienamada.


ABISAL

Me parece que el abismo tiene tantos
caminos y atajos,
salta como río loco de aventura,
sus espejos son esas hojas de árboles
caídas en otoño, lastimadas de tiempo
los pequeños insectos en la celda esa noche
aterrada, carcomiéndome el cuerpo
heridas cinceladas con buriles
de deleitosa saña
rompo las paredes con las uñas
filtradas por cristales de gritos puntiagudos,
desenredando dosis de esa locura desatada,
yendo como charanga dominguera
tamizando angustias, cada nota,
encorvando Cuasimodos de sueños
sin esperanzas

No ha quedado horizonte
sólo deletreo ausencias

CAZADORA

Herido por la certera flecha
desde árboles redondos;
floridos en tu blusa abre duraznos maduros,
no hay razón para acusaros
si la mala suerte fue haberme cruzado
tu recado preciso subvertir todo razonadamente,
arañando en vuelo de lirios mis alas,
tumbas gota a gota mis sueños
en su espeso silencio
por esas calles; tras devaneos armónicos,
cimbreantes jugosas caderas,
impávido en lo oscuro y frío de día
nublado
todo da vueltas, aspas colosales cabellos
inflados por ventolera
te balanceas y miras fijamente,
todo arde en esa llama de amor.


SERPENS

Ofidia, ofidia, nadan destellos dentro del que soy, tus ojos
alumbrando tinieblas, habitan mis socavones que
no tienen huellas dignas de mención, apenas líneas tormentosas.

Teñido de color oscuro era el reptil
incubado en las alforjas de la pena,
de lo todo, por oleadas arenas idas
van sepultándome de angustia,
y la máscara de la alegría, es arlequín desfigurándose
en los espejos de los días.

Turbulencia de la descontentadiza, sobrepasando recuerdos
y ternezas
ligera, alada, inocente soledad ardiendo bajo el sol
del medio día, dorada de hermosa apariencia,
atrapadora hasta el ahogo entre nostálgicas mallas metálicas
de silencio.

El enorme esqueleto de la serpens fabulata
enterrada de pétalos resecos
observa irónico,
lejos,
nosotros desterrados del paraíso.

Eduardo Díaz Espinoza
(Antogagasta - Chile  15.09.1937 -23.01.2009)

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