domingo, 20 de septiembre de 2009

HUMBERTO DIAZ CASANUEVA - Ensayo

SOMBRAS Y ENTRESOMBRAS DE LA POESÍA CHILENA
Editorial. Barlovento, Santiago de Chile 1952, pp. 74.

Pepita Turina

La intelectualidad y la filosofía de HUMBERTO DÍAZ CASANUEVA

Y, en este círculo vicioso de explicaciones, temo haberme sobrepasado sin detenerme, sin haberme detenido ya, que es tiempo, en alguno de nuestros poetas.

No será Neruda ni Huidobro, que seguramente son los esperados, los incansablemente esperados. ¿Por qué siempre se quiere que se nos hable de lo más sabido?

No me detendré en ellos ni un momento más que el de haberlos nombrado.

Me detengo en la voz peculiar de HUMBERTO DÍAZ CASANUEVA.

¿Acaso con él empieza el ciclo vital de ha poesía obscura en Chile? No; no es con él, pero no importa. Este poeta y su tránsito marcan un surco y en él me he detenido primero.

Humberto Díaz Casanueva no es de los poetas que enamoran, sino de los que hacen pensar. Ninguna niña debe tener sus poemas en su álbum, en sus libretas de versos, menos en sus cuadernos de colegiala. Tampoco, seguramente, es el predilecto de las educadoras de esas educandas.

La poesía de Díaz Casanueva es una poesía de silencio que entra en las bocas que no dicen versos y no están en la “edad de los versos”; porque muchos creen que existe una edad de los versos; para hacerlos, para preferirlos, para que le tintineen en la vida pueril, o para que le ayuden en el inevitable romanticismo que forma parte de la patología del trance amoroso.

Humberto Díaz Casanueva ha dicho de sí mismo: "La poesía es para mí, ante todo, una disciplina". "Comprendo la necesidad de disciplinar la inteligencia".

Goethe, Paul Valery, los grandes poetas intelectuales, cuyas dotes de fantasía brillan con el poder de la reflexión, de la filosofía, del estudio, del enriquecimiento cultural, son de la estirpe de Díaz Casanueva. Es de aquellos cuya intelección, cuyo cerebro, está vigilante de esa electrificación que produce a sus sentidos el contacto con el mundo, la captación poética o la transformación a poesía de un mundo mirado en los momentos relampagueantes del trance poético que ilumina y mueve una mano que escribe.

Humberto Díaz Casanueva es uno de los poetas a quien debemos darle el derecho inalienable de ser hermético, porque es profundo, porque no es aprendiz de hermetismo y porque conoce el ejercicio de la filosofía,

Así como algunos buscan, para mortificar y mortificarse, de los poetas obscuros lo más obscuro, empecemos por buscar lo más claro, que también hay “claridad” en las tinieblas.

Humberto Díaz Casanueva en "El Blasfemo Coronado" (1940), Ediciones Intemperie, tiene un rincón en que se refiere a Chile y dice así;

¿Cómo es mí pueblo que encima de un caballo se precipita hasta el mar?
Sus trigos van saliendo y pasan llorando llenos de lámparas cautivas.

Amo la sabiduría de mi pueblo, crío una cabeza suelta de ídolo, con cebollas del mercado, me alumbran en un pesebre sus brujos, sus supersticiones son el vino de mi corazón.


Yo me cumplo con el misterio para que su semblante estalle un día entre los vivos".

Busquemos ahora algo del lar paterno:

"…también recuerdo a mi padre cuando lavaba un caballo, purificaba una potencia.

Pobre de mí que evoco lo más terrestre, me saco los ojos en mentidas tierras de promisión y me encierro en un cántaro contando los pasos del que viene hacia el pozo".

En su conciliación con los demás hombres,

"Comienzo a descubrir los otros hombres, sus diálogos sublimes, sus terribles estelas...

Siempre hemos de mirarnos como ante un derrumbe, pasarnos la mano por el lomo de profunda debilidad y disponer nuestros hijos para el sueño.

No importa que alguno ahorre monedas del tamaño de huevos pasados, duerme mal, así en cuclillas y arrastra su ventana encendida a las ventas, hay tantos que proceden de diversos modos, a todos les coloco un óbolo bajo la lengua".

En el epílogo del poema, que comprende cinco páginas, se descubre el imperativo del yo:

"Demasiado exigente para vivir, pertenezco a la casta de aquellos hombres con el sombrero en la mano que no hablan, que tratan con un cirio sobre las rápidas aguas, fortalecen su látigo y mantienen su destino jugueteando entre centellas.

Vayan a verme especialmente un sábado, no vivo en una grieta, cuanto de círculo tiene la eternidad rodea mi casa calurosa..."

Y no dejan de asomar a lo largo del poema las diferencias entre su yo y el de los demás, y el ímpetu del espíritu solitario:

"Libradme de gentes tan calmas, de la heredad de artesanos establecidos que hacen los soplos para el fuego del alma, nada quiero y sonrojo los cimientos.

De soñador que era me han hecho remo tallado a la espalda de un dueño;"

*

"Desde ahora y para siempre, como figurilla de barro recalentado pienso, relámpagos miran dentro de mí, conmigo están el primer hombre y también el último hombre, ambos hincados y temblando. Doy voces al mundo que hacia mi avanza de un solo golpe y multiplicado como langosta. todo presente expira, sólo el tiempo ornado de grandes sombras es un revoloteo que enloquece".

"¿Dónde estoy? ¿cómo transcurro? ¿qué costa voy llenando de herrumbre? Como vaso que llenan y derraman una y otra vez, en los desiertos estoy.
¿Quién soy ya tan solitario sentado en tabla llameante sobre el mar, tumbado por el poderío de su propia alma?"

Instilado por un extraño fervor de muerte, como su admirado Rainer Maria Rilke, se expresa así:

"Tiene miedo el hombre al esplendor del abismo, por eso cuando muere se asemeja a una blanca oruga pisada, su débil corazón llama entonces y nadie acude. Has de llamar a tu muerte como al copero que viene con sus dos manos juntas, pero has de ser valiente para beber y posar la cabeza en el brazo que sale de las tinieblas.

Atrévete a ser noche y día, atrévete a ser del cuerpo y busca tu alma aunque no hayas oído su voz sino dentro de ti, atrévete a ser contado por los que trastornan el tiempo puro y no aplaces los pasos del tiempo".

*

"Nada puede hacer el hombre en estos lugares por su poder; en vano quiere rescatarse de los signos que noche a noche paran su alma en medio de la muerte. ¿De qué dulce linaje soy proscrito?, ¿qué álamo blanco sube de mí como un dedo inmenso hacia lo inaccesible?

La casa vertiginosa se eleva por encima de mí, Oh, dominio inhumano, ruta del destierro: ¡De mi corazón sale una lira ardiendo!"

Preocupado de la muerte, termina en este gran poema estando "alegre de ser mortal".

Pero, la auténtica poesía de la muerte, la entrega en 1945. Su poema se titula "Réquiem" y es la muerte de la madre el motivo por el cual ha nacido este canto fúnebre.

Su estructura es la tragedia, y el poeta ha encontrado el ritmo acostumbrado en este motivo de duelo filial. Su actitud es sincera, padeciendo el suceso que tantos hombres han sufrido; la pérdida de la madre; sólo que él, el poeta, se deshace de este sufrimiento, arguyendo un poema de 32 páginas en función de belleza. El motivo, transformado en alta tragedia poética, deja escuchar la experiencia de la vida, la experiencia de un poeta y de un filósofo; no la del hombre que anda por la calle, ciego y sordo, sin estudio ni sensibilidad para esa mezcla sobrenatural que es el poder poético.

Él ha realizado lo divino que lleva dentro de sí, y los espíritus sin divinidad pueden estar sordos a su canto. Pero aquí se pueden recoger fácilmente infinitas bellezas, y se puede adivinar la distancia cuando la madre muere. Y se sabe que el poeta tiene una hija y que vive en un país de nieve (vivía entonces, en 1945, en Canadá).

Escuchemos un poco:

"¡Ay, ya sé por qué me brotan lágrimas! por qué el perro no calla y araña los troncos de la tierra, por qué el enjambre de abejas encierra y todo zumba como un despeñadero y mi ser desolado tiembla como un gajo. Ahora claramente veo a la que duerme. Ay, tan pálida su cara como una nube desgarrada. Ay, madre, allí tendida, es tu mano que están tatuando, son tus besos que están devorando.

¡Ay, madre!, ¿es cierto, entonces?, ¿te has dormido tan profundamente que has despertado más allá de la noche, en la fuente invisible y hambrienta?

Hiéreme memoria de los años perdidos, trechos de légamos yugo de los dioses.

A las columnas del día que nace se enrosca el rosario repasado por muchas manos,
y el monarca en la otra orilla restaña la sangre y todas las cosas quedan como desabrigadas en el frío mortal.

¿Acaso no ven al niño que sale de mí:
llorando, un niño, a la carrera con su capa de llamas?

Yo soy pues yo mismo, jamás del todo crecido y tantos años confinado en esta tierra y contrito todo el tiempo, sujeto par los cabellos sobre el abismo como cualquier hijo de otros hijos.

Pero únicamente hijo de ti, ¡Oh, dormida, cuya túnica, como alzada por la desgracia llega al cielo y flota y se pliega sobre mi pobre cabeza!"

*

CANTO VI

aquí en este país tan lejano, donde la nieve parece el llanto congelado de los sueños.

*

CANTO VIII

Pero si mueres quedas también viviendo
a través de mí como el fruto que una y mil veces
sube al monte y no teme la escarcha
y desaparece consumida y tornas a aparecer rescatada y en tus vaivenes de súbito veo que pasas por los ojos de mi hija.

*

CANTO XII

(Si no te pude decir adiós es porque el adiós no existe entre nosotros)

*

Díaz Casanueva sabe sus leyes, las de su tragedia y las de su poder poético. Las expuso, hasta cierto punto, en una carta pórtico del poema "El Blasfemo Coronado", dirigida a Rosamel del Valle; carta que explica a los dos poetas y a los amigos, entre cuyas aclaraciones se expresa así:

"Andamos Rosamel hace ya muchos años entre el hielo y la angustia"…

"Orgulloso estoy de que siempre hayamos conservado nuestra poesía, salvándola de la pirueta, la musiquilla banal, o la inspiración sin contenido"…

"Mi "Blasfemo Coronado" es un exorcismo, también un pequeño mito del hombre que rechaza la conquista del paraíso perdido para retornar a lo humano profundo. Nostalgia siento ¡ay! tanta como Ud., por realizar mi yo en la comunicación más que en la evasión

“El hombre se compone de puro tiempo, de misterio y de muerte”...

“La voluntad de lo perecedero y lo material acepta en su soledad el blasfemo, como un nuevo signo, no quiere la técnica de ¡a transfiguración y prefiere la tierra al cielo”...

“La doncella y la madura, el lobo y el caballo, la abeja y la llave, los cuerpos y las almas, los muertos y los vecinos no son imágenes sino símbolos, experiencias de quien aloja en los ámbitos secretos de la tierra, lugar de las madres, arca de los dioses futuros sin los cuales no podríamos vivir íntegramente”.

“Apenas oso aclarar estas cosas que en lo inteligible se nublan. Pero bien sabe usted cuánto amo la luz de lo real y mi participación en el drama del hombre sobre la tierra, aunque no sea la varilla mágica sino la espada contra mí mismo, la que me dé la ansiada afirmación”.

Ama la luz de lo real, y apenas osa aclarar estas cosas que en lo inteligible se nublan.

Cómo y cuán profundamente sabe Humberto Díaz Casanueva que el mundo es la visibilidad. Y quiere que su mundo interior se haga evidente como un rostro. En "La Estatua de Sal" (su último libro publicado por Nascimento en 1947), y en el cual también hay un Prefacio explicativo, dibuja otra vez su alma poética en medio de humos espesos y en la página 105 del poema dice así:

"Todo lo mío os muestro con temor y si lo miráis dudando, se desvanece.
Lo que de mí resuena es algo más de lo que yo mismo soy".

En las páginas 14 y 15 pide:

"Aceptad mis ritos
Yo soy otro sueño dentro de vuestro sueño"

En la página 58 explica:

"Si muevo la mano alrededor de mi alma
encuentro una luz ciega,
una zanja llena de hojas escritas"

Como “siervo del tiempo contado”, (según propias palabras insertas en este poema) continúa en la viva preocupación de la muerte

"Bien sabéis que no podré ver a mi muerte
cuando muera, ni temerla ni testimoniarla
Y que la necesidad de morir engendra la certidumbre de vivir,"

Y en la página 113 irrumpe la horrible pregunta; trágica, humana, irremediable:

"¿Y todo lo que hice fue sólo para merecer el morir?"

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